Nuestros hijos nos quieren porque sí, nos quieren de la forma más sincera y pura que puede quererse. Pueden enfadarse, pueden no entendernos, pero nos quieren, y punto.
Pero hay momentos que vivimos con ellos en los que parece que nos quieren tanto como nos detestan desde la incomprensión (odio me parece una palabra equivocada, a pesar que aparezca en el título, porque no considero a los niños capaces de odiar…)
¿A qué me refiero? Para muestra, un botón: he llevado a la Pequeña a que se hiciera unos exámenes de sangre. Yo lo considero una salvajada tan pequeña, pero después de un año de fiebres altas, bichos continuos, de reacciones alérgicas y demás cosillas, ya quiero saber qué puedo hacer para ayudarla. La quiero sana y contenta, no visitando las urgencias continuamente. Asi que, vamos a por los exámenes…
Ella, después de casi dos años de mucho médico: entre controles sanos, vacunas, visitas a urgencias y a especialistas, sólo entrar en el aparcamiento sabe perfectamente donde va. Todo lo que dice, cuando reconoce el lugar es «no no no no no no». Hoy, al primer intento, la «madre que todo se lo deja» se había dejado la órden médica para los exámenes, así que vuelta para casa. Ella, feliz, diciendo «chao» a todo el que se encontrara por el camino, y sintiéndose victoriosa.
En el segundo intento, se ha olvidado hasta del no, me ha mirado con ese ceño fruncido que tanto practica últimamente, como diciéndome «pero tú me tomas el pelo o qué? otra vez aquí??» Hemos esperado tanto rato que casi ha olvidado donde estaba, estaba entretenida jugando, y cuando por fin nos llaman y ve la camilla, su mirada me ha roto el corazón en pedacitos. Su «mami nooo», el cambio de la expresión de su cara, mirándome con ojitos de pena, con una desesperación por que la salvara de la situación…la verdad, en esos momentos siento tener que hacerme la loca, y lo que de verdad pienso es en las ganas que tengo de decir que «me lo he pensado mejor» y salir pitando y llevármela a merendar por ahí.
Pero no; a lo que iba, la estiran en la camilla y, mientras la pinchan y le sacan las muestras de sangre (le han sacado tanta que aún no sé como no se ha mareado) ella me miraba con una cara de «¿cómo puedes hacerme esto?» y claro, además mi misión era entretenerla y sostenerla firme no se fuera a salir la aguja…y, no sé si sabré describir esa cara mezcla de ira, dolor, incredulidad y sorpresa con la que me miraba…
Instantes después, termina el examen, le sacan la aguja, deja de llorar y, ella sola, se pone aplaudirse «bravo bravo» y se me tira a los brazos para abrazarme fuerte y, con su particular forma de tomar contacto, hunde sus manitas bajo mi camiseta. Y me sonríe.
En un segundo había pasado de parecer decir «¿porque dejas que me hagan esto?» a parecer decir «gracias mami por sacarme de aquí». Es por eso que, reflexiono y una vez más, creo sinceramente que nuestros hijos nos quieren de la forma más pura que existe, porque aunque no entiendan lo que hacemos, aunque se sientan dolidos con algo que hacemos, nos perdonan, vuelven a mostrarnos su cariño, no dejan de querernos, nos demuestran lo importantes que somos, como si entendieran que si por nosotros fuera, nunca pasarían un mal rato.
Los adultos tendríamos que aprender de ellos en esto, como en tantas otras cosas!!!